Del tartazo contra la Gioconda a los robos en los museos de Zaragoza

2022-12-02 20:25:51 By : Mr. Fred Feng

A pesar de las medidas de seguridad, un hombre coló el domingo un pastel en el Louvre. En los museos aragoneses apenas ha habido ataques a obras de arte, aunque sí algunos hurtos.

Atónitos y boquiabiertos se quedaron los visitantes del Museo del Louvre el pasado domingo. Un hombre -disfrazado de señora mayor en silla de ruedas- lanzó un tartazo contra el cuadro más famoso del mundo, La Gioconda. La pintura de Leonardo da Vinci no sufrió daños al estar protegida por un cristal blindado, pero la imagen enseguida se volvió viral en las redes sociales. ¿Es tan sencillo como parece atacar una obra de arte? ¿Qué precedentes existen en los museos aragoneses?

Afortunadamente no hay un gran historial en las hemerotecas de enajenados o vándalos que hayan tratado de rajar lienzos o tirar pintura encima. De hecho, consultados los principales museos de la Comunidad, apenas hay registrados incidentes debido, sobre todo, a las altas medidas de seguridad: circuitos de televisión cerrados, sensores volumétricos, alarmas contra robo y vigilantes privados que pasean de sala en sala. No obstante, no siempre ha sido así y, de hecho, en los años 80 y 90 se produjeron algunos ‘secuestros’ de obras e, incluso, robos que no han llegado a ser resuelto y en los que obras continúan en paradero desconocido.

“Si alguien quiere fastidiar un cuadro, lo fastidiará. Lo que no se puede hacer es llevar al público sin ropa de la mano de unos guardias porque así no se disfruta de un museo. Hay que tener respeto al visitante y confiar en la educación del público”, comenta Ricardo Alfós, director del Caixaforum de Zaragoza. El máximo responsable del centro cultural comenta que la tecnología ha evolucionado mucho en los últimos años y, por ejemplo, la ‘Leda Atómica’ de Dalí que pudo verse en 2019 “llevaba un cristal delante pero era imposible percibirlo: no hacía reflejos y tampoco desvirtuaba el color, era una obra de ingeniería en sí mismo”, dice Alfós. “Cualquier medida de seguridad limita el acceso directo al arte y poner cinco cordones y otros tantos cristales tampoco te garantiza que no ataquen la obra”, dice el director del Caixaforum, que en 2018 exhibió valiosísimos tapices de Goya procedentes del Prado.

En Aragón acaso la mayor llamada de atención fue la de un anónimo que en 1989 robó una escultura de Pablo Gargallo del interior del museo para poner el foco sobre la falta de seguridad que sufría entonces el espacio expositivo del palacio de los Condes de Argillo. El ladrón ni forzó puertas ni rompió vitrinas, se llevó limpiamente la pieza, pero pareció arrepentirse horas después y dejó la escultura del artista de Maella en una bolsa a las puertas del museo. El espacio poseía una alarma que funcionaba únicamente cuando estaba cerrado y el robo se produjo en horario de apertura al público. Lo mismo sucedió en el mismo museo en 1995, cuando unos metódicos ladrones se llevaron una obra de Santiago Pelegrín, que se exhibía en las salas temporales. Aún no se ha vuelto a saber de un óleo que fue descolgado y del que los vándalos dejaron únicamente el marco vacío en la pared. “Todos los años se revisan los planes de emergencias para cada museo (el Foro, las Termas, el Teatro Romano…) y se repasan tanto la prevención, como las medidas de seguridad y la puesta a salvo en caso de incendio u otra catástrofe”, explican fuentes municipales.

Este continuo reciclaje no evitó, no obstante, otros hurtos en el interior de las pinacotecas, que eran mucho más comunes hace veinte años que en la actualidad. En diciembre de 1992 fueron sustraídas dos esculturas en bronce de pequeñas dimensiones en una exposición del belga Robert Vandereycken en el Camón Aznar, y también del Torreón Fortea desapareció en 1998 una pieza de Honorio García Condoy que decoraba el rellano.

Los incidentes más comunes -no obstante- no son los robos sino algunas advertencias de seguridad cuando los visitantes tratan de introducir en los museos paraguas, bastones o bolsos con objetos inapropiados como tijeras. Todo se invita a dejar en las taquillas de la entrada, donde también los controles de seguridad cogen los datos de quienes acceden no como visitantes sino a hacer una grabación o algún trabajo de reforma. En el Pablo Serrano, por citar otro ejemplo, las obras del artista de Crivillén se exhiben en el interior de urnas y atornilladas a las peanas, aunque en algunas ocasión los vigilantes de seguridad han encontrado firmas o mensajes escritos en ellas. Más de película fue el robo de una parte de mosaico romano en pleno centro de Zaragoza, en un solar entre las calles Olleta y San Agustín, en el año 2004. “Los ladrones se tomaron su tiempo. Debieron levantar los plásticos, limpiar con una esponja las partes del mosaico que querían llevarse, dejar que se secaran completamente, cubrir sus superficies con tela natural o fibra de vidrio y encolarlas. Sólo para que se secara la cola, tuvieron que esperar al menos 12 horas. Luego cortaron el mosaico, se llevaron su botín y volvieron a taparlo”, relataba HERALDO sobre un golpe que se atribuyó al ineficiente vallado que sufrió el yacimiento durante meses.

“Afortunadamente la Gioconda estaba protegida por el cristal, aunque también piensas que este puede ser poco disuasorio: quizás si no lo hubiera estado no la hubieran atacado”, opina la gestora cultural Olga Julián, que no es partidaria de poner excesivas protecciones a las obras. “Al final esos cristales hacen que el espectador vea muy planas las obras y se pierden las texturas y las pinceladas”, opina.

La museógrafa Beatriz Lucea recuerda que la última vez que visitó el Louvre se asomó a la sala donde está la Mona Lisa pero estaba “hasta arriba de turistas”. “Preferí ir a otras salas mejores y menos concurridas como las de pintura francesa del siglo XIX con Delacroix o Géricault. Los museos deben revisar cómo gestionar el tema porque estas aglomeraciones no ayudan a que se contagie la emoción”, afirma, al tiempo que recuerda que los ataques contra la Gioconda, a pesar de mamparas, metros de distancia y armatostes de seguridad, son -incluso- frecuentes. El lienzo del siglo XVI ha sido víctima de otros ataques como cuando un hombre lanzó una taza contra ella, en 2009, o cuando en 1974 fue prestado a Japón y una mujer intentó destrozarlo con spray rojo. El cristal se colocó precisamente para evitar las agresiones contra la obra, que en 1957 sufrió un ligero daño después de que un visitante le lanzara una piedra.

Bastante heavy haber presenciado esto https://t.co/hnYW0scXZ8 pic.twitter.com/DrfuqSo084

Tampoco tuvieron especial tacto los hermanos Chapman cuando decidieron comprar legalmente (aquí no hay ataque que valga) unos cuantos grabados de Goya para pintarrajear sobre ellos. Estos ingleses, que figuran entre los artistas conceptuales más importantes de los últimos años, fueron en su día tildados de gamberros, aunque después se reconoció su osadía hasta el punto que el Museo Goya de Zaragoza les brindó una exposición en 2017. Otra agresión, aunque con muchas comillas y supuestamente consentida, es la que protagonizó Cecilia Giménez contra el Ecce Homo del santuario borjano de la Misericordia que se quiso tapar para evitar mofas y, sin embargo, se ha consagrado como un reclamo turístico de primer orden.

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